lunes, 30 de diciembre de 2013

La Esencia del Universo es Consciencia.


La ciencia actual parece estar de acuerdo en que la materia como tal no existe, solo existe la consciencia. Pero, ¿qué es la consciencia?

La palabra consciencia se forma a partir de la raíz latina cum scientia que significa, literalmente, “con conocimiento” y se define, en general, como el conocimiento que un ser tiene de sí  mismo y de su entorno.


La ciencia actual, concretamente la física cuántica, afirma que, en último término, el tejido del cosmos está hecho de información. Esta información, obviamente, brota de una supermente cósmica que procede con voluntad para organizar al universo de acuerdo a una estructura que le es propia. Michael Talbot, en su extraordinario libro “Mas Allá de la Teoría Cuántica”, lo expresa así: 


“De distintos sectores [del ámbito científico] llegan pruebas de que en último término, el tejido del cosmos está hecho de información, no de masa ni energía. En el nivel en el cual la materia y la energía dejan de ser la moneda corriente en que se estipulan todos los fenómenos, y en que esa moneda pasa a ser la información, parece constituir, podría decirse, otro plano de la existencia”


Así como el ser humano ha organizado a la humanidad de acuerdo a las estructuras de su conciencia, también la supermente cósmica ha organizado al universo de acuerdo a las estructuras de su conciencia. En ambos casos –el humano y el divino- es la información la que ha creado estas estructuras.


El Hombre, en última instancia, también es sólo información.


En sentido general, la información es un conjunto de datos procesados, que constituyen un mensaje que cambia el estado de conocimiento del sujeto o sistema que recibe dicho mensaje. Sucintamente, información es todo lo que sabemos, ya sea esto basado en la realidad o simplemente asumido como una verdad. Es la información que cada uno de nosotros porta lo que nos mueve a sentir, a actuar y a crear. Lo que llamamos consciencia, entonces, no es más que los datos sensoriales que una vez percibidos y procesados, forman parte del conocimiento individual. La información que cada uno de nosotros posee crea estructuras síquicas particulares que rigen las sucesivas interacciones con el entorno. Son las creencias –las cuales no son otra cosa que información- las que se han encarnado, no solamente en la sociedad sino también en nuestros cuerpos. Por ejemplo, a nivel social, ha sido el miedo quien nos ha llevado a la guerra y a la pobreza. A nivel personal, ese mismo miedo nos hace vivir en una constante angustia e incertidumbre y, como consecuencia, a atesorar riquezas, aunque para hacerlo explotemos a los demás y los sumerjamos en la pobreza extrema.


Afortunadmente, la consciencia del Hombre cambia a medida que recibe nueva información, Por lo tanto, es deber de cada uno de nosotros buscar información veraz, averiguarla y exigirla, y, una vez que la tengamos, transmitirla a los demás. Porque cuanto más nos aferremos a un sistema de creencias basado en información errada o subjetiva,  más estaremos colaborando con la perpetuación de las deformaciones de la humanidad.


¿En donde podremos obtener esa información veraz que nos permita tomar decisiones acordes y pertinentes a dicho conocimiento?

Es un hecho biológico que la Naturaleza, al estar interconectada, constantemente está bajando información del sustrato de información de la Consciencia Cósmica, que es la esencia del Universo. ¿Puede el Hombre hacerlo también? Definitivamente sí, pero para conseguirlo, debe recuperar el sentido de pertenencia a la Naturaleza y de esta forma lograr volver a sentirse interconectados con el Todo. Sin embargo, esta no es una tarea factible estando el Hombre encartado en grandes metrópolis de concreto, donde existe un mínimo contacto con la Naturaleza. Pero, aún así, es obligante encontrar otras vías y superar esta limitación, pues solo la información de la Consciencia Cósmica, al estar más allá del conocimiento humano, puede transformar nuestras consciencias y llevarnos a trascender el estado actual y convertirnos en superhombres.


La Vía Cuántica

Los cuantos, al proceder del campo de Consciencia Cósmica, ¿qué tipo de información portan? ¿Hay alguna manera de lograr la teletransportación de esa valiosa información- tal y como sucedió en el experimento hecho por Aspect, científico francés- de estos cuantos a los cuantos que forman la conciencia humana?  De acuerdo a nuestra experiencia obtenida mediante el uso de los Códigos de la Creación, estamos en capacidad de afirmar que sí.


Los cuantos portan información codificada, es decir, información no expresada en términos racionalizados u ordenados de acuerdo a la lógica del intelecto humano. Nuestro cerebro, a través del Hemisferio derecho, está capacitado para recibir y decodificar la información de  los cuantos sin que medie el intelecto. Por esta razón, la vía cuántica no es intelectual. Podemos entender mejor esto a través de una de las prácticas recibidas en el Plan Arcturus para la Tierra (ver anteriores entradas). Esta práctica se lleva a cabo mediante la interacción de dos personas, quienes envían y reciben, a través de la pineal, una imagen.  Uno de ellos, que funge de proyector, envía el conjunto de formas y colores que constituye el código o imagen a la pineal de la segunda, quien juega el rol de receptor. Después de cinco minutos de proyección telepática, el receptor, al abrir los ojos, lo hace con una nueva consciencia de sí mismo. ¡Durante esos escasos cinco minutos vivió la maravillosa experiencia de la teletransportación  cuántica de la información! Esto para nosotros, luego de vivenciarlo una y otra vez durante años, ya es algo normal y estándar, y no nos causa sorpresa. Uno de los hoy practicantes de La Ronda Sagrada de los Códigos de la Creación, quien antes de hacerlo fue un crítico intransigente acerca de nuestra organización (Fundación Evolución Consciente, EVOC), luego de dos años de estar haciendo las practicas propuestas, me manda este correo: “Nunca pensé que los códigos tuvieran un efecto tan real sobre la psiquis. Hoy puedo dar fe de que trabajar con estas formas-pensamiento actúa sobre el individuo, aún cuando uno no se percate de esta influencia. Es una acción silenciosa (por lo menos en mi caso)”. 


Sí, la transformación es un suceso silencioso porque está más allá de nuestro estado de vigilia. Sin duda, cada uno de nuestros dos hemisferios cerebrales nos hace vivir realidades diferentes, pero simultáneas. 

Lo cierto es que lo que el hemisferio derecho decodifica, la molécula de ADN lo almacena y transforma en conciencia. 


Los investigadores del Instituto Europeo de Bioinformática (IEB), con sede en Inglaterra, recientemente han demostrado que es posible guardar intencionalmente textos, imágenes y sonidos en la molécula de la vida. De hecho grabaron parrafos de obras de Shakespeare, estratos del discurso de Luther King, “I have a dream”, y también imágenes.  Esta verificación da una base objetiva de cómo nuestra mente también graba información de manera natural en el ADN y explica por qué se produce la transformación psíquica y, por ende, la sanación. Cuando la contemplación del código se repite y se repite, y la molécula de ADN almacena esa nueva información y la transforma en memoria, las células comienzan a recibir otra orden: La de reproducir la armonía y la salud tanto psíquica como física. No puedes introducir un cambio en tu consciencia sin que ese cambio se refleje también en toda tu materia. Al suceder esto constatamos lo que dijo Jesús de que la verdad (información divina) nos libera de toda creación humana contraria. Cuando comiences a teletransportar a tu conciencia la información que portan los cuántos, será cuando realmente comiences a comulgar con el amor infinito de Aquel que nos creó. El ser humano, por desconocimiento de ese amor, comenzó a funcionar como una mente individual separada del Todo y, al hacerlo, la mentira y el pecado, es decir la inarmonía, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte se instauraron en el ADN. La única manera de borrar todo eso es unificándote de nuevo con la Mente Divina, es decir, con tu mente real.


¿Cómo lograr el estado Alfa de Meditación y así poder  unificarte de nuevo con la Mente Divina?

Busca un lugar donde puedas estar absolutamente tranquilo. Desconecta el teléfono. Si es posible cierra las cortinas y, para estar a media luz,  deja solo una pequeña abertura. Escoge una posición cómoda, puede ser sentado o acostado (si es que no te duermes con facilidad).


Reparar en la respiración es el eje central para iniciarte en el arte de la meditación. En una primera fase, concéntrate en tomar el aire por la nariz lenta y profundamente, tratando de que el aire llegue al punto del abdomen conocido como el lugar de paz (4 dedos por debajo de la cicatriz umbilical). Retén sin forzarte, sintiendo que el aire vivifica y regenera los órganos. Repite esto varias veces. Luego, en una segunda fase, repite lo mismo pero ahora realizando que inhalas fotones (masas de luz) junto con el aire que respiras, lo cual es verdad. Cuando inhales piensa: La luz que respiro me tranquiliza… A cada nueva inhalación de la luz estoy más y más tranquilo. Completamente tranquilo y sereno (los cuantos –fotones- que forman la luz, por teletransportación cuántica, graban la intención de tus pensamientos y cumplen el mandato que le das. De esta forma, al poco tiempo, esta intención dejara de ser un simple pensamiento y se convertirá en un estado de ánimo). En esta segunda fase debes respirar, afirmando lo anterior, todas las veces que sea necesario hasta lograr interiorizar las afirmaciones y sentir la paz mental. Cuando logres esta paz, desplaza tu atención al lóbulo frontal derecho del cerebro (colocado sobre el ojo derecho) y mantenla allí, pero sin esfuerzo. Esto hará que este lóbulo se active y puedas, al paso del tiempo, lograr la concentración en una idea o forma-pensamiento por largos periodos (La concentración es una de las funciones que lleva a cabo esta zona del cerebro). Termina ubicado en tu corazón y, también con el tiempo, comenzarás a sentir como de allí fluye un suave y dulce sentimiento de amor impersonal.

Unificados en la luz,

Francisco Arturo Mejías